miércoles, 1 de agosto de 2007

Folklore Argentino (V): El Pony Express

Cuando recibí la notificación por parte del Correo Argentino, confirmando que, por fin, el regalito de Momó ya se encontraba en tierras porteñas, esperando ser recogido, me abrigó un enorme sentimiento de felicidad. Por un lado, era todo un detalle por su parte, que en la distancia se agradece aún más. Por otro lado, llegaba en el momento justo para la Fiesta de La Rama. Todo era demasiado perfecto.

Así que, luego de pasar por mi lugar de trabajo (detalle que parece no aportar nada, pero que, además de dar una idea de la vestimenta que lucía durante esta "aventura", le hace saber a mi jefe que, una vez más, cumplo comprometidamente con mi exigente horario), me dirigí a la oficina de Encomiendas Internacionales. El proceso parecía sencillo. Entregaría mi comprobante y me darían a cambio mi paquete. Estaba claro.

Sin embargo, en un momento de súbita lucidez, me percaté del alcance de la palabra que acompañaba, muy de cerca, a Correo, y ésta no era otra que: ARGENTINO.

Mi llegada a la oficina de Correo se producía alrededor de las 13 horas. Con paso seguro entré en el recinto y me dirigí al lugar en el que un cartel rezaba: “Recogida de paquetes”.

En este punto es obligatorio hacer una aclaración. Acá, hagas el trámite que hagas, independientemente de su importancia, no sueñes ni por asomo con realizarlo directamente. El ejercicio que, tras numerosas pruebas experimentales, recomiendo es anteponer al letrero que indica la gestión a realizar, el siguiente “prefijo”:
“Hacer cola para sacar un número con el que puedas acceder a...”

Así, sí. Ahora, una vez “hice la cola para sacar el número con el que podría acceder a la recogida del paquete”, me encuentro con una enorme sorpresa. Lo cierto es que estaba en un proceso de Máximo Nivel Burocrático, porque, en realidad, “hice la cola para sacar el número con el que podría acceder a otro número para la recogida del paquete.”

Bufff.. Ya sé... se están perdiendo... pero es que sólo así, entenderán lo que yo viví. Era increíble, pero había que sacar un número para que te dieran el otro número, que correspondía al bulto que venías a buscar.

De esta forma conseguí pasar la primera etapa con éxito. Y ahora entraba en la segunda parte de la operación: El Bingo.

Esta fase se desarrollaba en una salita, en la que el público asistente tenía que esperar pacientemente un tiempo “prudencial” de entre unos 45 minutos y una hora. En este momento y, una vez introducidas las bolas en los bombos, empezaba la lotería. A través de un altavoz, un “animador” iba cantando un sinfín de números, mientras nosotros, sufridos jugadores, teníamos que permanecer atentos por si teníamos el agraciado:

El 53... el 15, la Niña Bonita... 66, seis-seis... ¡¡¡¡Han cantado línea!!!! Comprobamos el cartón... ¡Correcto, seguimos jugando para Bingo!...48, “cojo a la vieja el... dedo del pie”.. 22, los dos patitos..

A los 20 minutos, uno se veía con posibilidades de ganarse una buena “línea”. A los tres cuartos de hora, incluso pensabas que quizás podrías sacar “el Acumulado” y llevarte “El Gran Bote”.

Nota: Importante ver el vídeo. Está grabado de primera mano para los más escépticos:



Sin embargo, no fue hasta pasado un poco más de una hora, que escucho que el locutor anuncia, uno a uno, los diferentes guarismos que conformaban el número impreso en mi cupón. No lo podía creer. Eran las 16.30 (más de tres horas después) y me disponía a recoger mi “premio”. Eché de menos a mi querido amigo Luisito, que canta los Bingos como un gol en La Naciente (“La 12”, si vas a La Bombonera): ¡¡¡¡¡Bingoooooooooooooool!!!!!

Efectivamente ahí estaba esa botellita que mi querido Momó había prometido. ¡¡Qué emoción!! (mención aparte merece la cara del tipo que me la entrega: ¿“una botella”?).


Allá por el año 1.860, se hizo célebre un servicio de correos que atravesaba Estados Unidos, de costa a costa. El Pony Express, que empleaba caballos y jinetes que se iban reemplazando a lo largo del recorrido, fue el precursor del primer Telégrafo y la primera Línea Férrea transcontinental. Indagando un poco en el tema, acabo de descubrir que el inventor del sistema había llevado a cabo unas pruebas primero con las técnicas del Correo Argentino, desechándolas, ya que, una vez realizado el envío, los Sioux, que empezaban a instalar sus casetas de campaña en la costa Este con la intención de preparar una emboscada, terminaron fundando la ciudad de Nueva York, dándole una cordial bienvenida al tataranieto del cartero.

Por tanto, si bien soy incapaz de demostrar cuánto agradezco a Momó el hermoso gesto que tuvo, les ruego a mis amigos, que, si me tienen algo de cariño, por favor, ¡¡NO ME ENVÍEN NADA MÁS!!(*)

Javi, El Gaucho Canario

(*) O si no, que lo hagan por Western Union y poniéndose de acuerdo para enviarlo todos juntos. No es broma.

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