sábado, 8 de marzo de 2008

No hay tonto sin suerte (II)

Nunca había estado internado en un hospital. Sí había tenido dos experiencias cercanas en la familia, pero por ahora, en lo personal, ni siquiera una fractura de dedo meñique del pie. Así que esto de internarme por primera vez por un problema en la cabeza venía a ser algo así como dejar de ser virgen con Scarlett Johansson. ¡¡Por la puerta grande!!

El Hospital de Clínicas pertenece a la Universidad de Buenos Aires. Si bien la cuestión de infraestructura y servicio es bastante lamentable, porque no goza de una buena salud económica, los médicos que aquí trabajan y operan son de lo mejorcito del país. Con ese consuelo veía pasar los días mientras miraba las cuatro frías y mal pintadas paredes que me rodeaban. O mientras llamaba a Karla para decirle que me trajera toallas y papel higiénico, porque no era algo que te suministrara el centro.

Los primeros días toda la atención se centraba en decidir si me operarían o no. Como les comentaba era un caso muy llamativo, porque sólo tenía un poco de dolor de cabeza. De resto estaba bien... bueno, igual que siempre, porque, obviamente, tampoco es que me fuera a mejorar el golpe...

La mañana del lunes, alrededor de las 07.30 a.m., entra en mi habitación el Gran Tribunal en peso. Medio dormido todavía me encuentro con un grupo de 6 médicos rodeando mi cama con cara de soldado malo-malísimo de película de nazis. Enseguida supe que la cámara de gas estaba siendo preparada para ahumarme, así que cuando el Gran Jefe me comunicó que finalmente decidieron que lo mejor sería operarme, respiré aliviado, porque aún me quedaba una opción de salir vivo.

Y mi pregunta es... ¿tanto les cuesta sonreír un rato? Al fin y al cabo el que está jodido es el que está en la cama. No pido yo que preparen un juego de preguntas y respuestas para adivinar si me operan o no, pero al menos que, con una sonrisa en el rostro, te digan que te van a cortar el cráneo.
O mejor aún, que entren con el juego “Operación” y justo al tocar la cabeza, se le encienda la nariz al muñequito con una cancioncita en plan “algo está fallando, algo está fallando...”.



A partir de este momento ya todo se centraba en encontrar el día en que me meterían en el quirófano. Los días se hacían interminables entre pastillitas para la cabeza, laxante para no hacer esfuerzos en el trono, comidas de colegio, análisis de todo tipo, extracciones de sangre (jamás pensé que pudiera tener tanta) y, sobre todo, horas y horas de interminable tedio. Ni tan siquiera tenía demasiadas visitas, porque había optado, en previsión a un más que presumible infarto familiar colectivo, por no contar mi situación hasta que todo hubiese pasado, con lo que la mayoría se estará enterando a través de este blog.

Vídeo: Más exhaustivos controles médicos. Una genialidad.
www.Tu.tv

Finalmente el jueves me comunican que a la mañana siguiente me llevarían a quirófano. Lejos de asustarme, me invadió una alegría inmensa, porque lo que más deseaba era volver a casa cuanto antes. Esa noche tuve que darme un par de duchas con esterilizantes y comenzar un estricto ayuno. Obviamente, tratándose de un hospital, esta parte costaba bastante poco.
Sin embargo, a las 08.30 a.m. volvía a aparecer por mi habitación El Gran Tribunal para comunicarme, con la misma 'alegría' con la que comunicarían que había ganado la lotería, la fatal noticia: se suspendía la operación.
En ese momento mi buen humor se fue al piso. El problema era que no quedaban camas libres en Terapia Intensiva, donde debía pasar al menos un día después de la operación, no tanto por la gravedad de mi caso, sino por cuestiones de seguridad e incluso legales.

El personal del Hospital me animaba, confirmándome que la primera cama que quedara libre estaba reservada para mí. Aún así, mi mal humor continuó todo ese día, apoyado en la creciente incredulidad sobre la fecha de la decapitación.

Sin embargo, el sábado, 1 de Marzo, llegaba el Día D. Esa noche, finalmente, me operarían. Por suerte ya había hecho el ensayo general de los lavados y el ayuno el día anterior, así que todo venía fácil.

La camilla para llevarme a quirófano llegaba.

Javi, El Gaucho Canario

¡¡Continúa aquí!!

1 comentario:

  1. Sigo despierta... pensando ¿cómo no? en ti. Que bueno saberte bien y que bueno tener tanta explicación a aquella tontería tuya... esa de irte y dejarme abandonada... Claro, no hay quiste aracnoideo que no pueda explicar tan brutal decisión.

    TQM (más que eso)
    te veo pronto... muy pronto

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